lunes, 3 de enero de 2011

Obeliscos



Salimos del Panteón y ante nosotros vemos la plaza, y entre probablemente muchos turistas vemos también una fuente monumentalizada y sobre ella un podio, que hace parecer al obelisco que sustenta casi ocho metros más alto, elevándolo esta altura sobre el nivel del suelo. El obelisco de la Piazza Della Rotonda (N º 15) fue construido en Egipto, hace más de tres mil años, para formar parte del gran complejo templario del dios solar Re en Heliópolis (hoy a las afueras del Cairo, cerca del aeropuerto) que amplió para sí Ramsés II. De granito rojo, se concibió como un monumento cargado de simbología solar, que apuntaba al cielo como una aguja, coronada con su piramidión. Sobre él, el rey grabó sus títulos y dejó constancia de su construcción. Se trasladó río abajo hasta la capital del decimotercer nomo del Bajo Egipto,  y allí se levantó. Con la entrada de Roma en Egipto, el obelisco fue trasladado a la capital imperial, trece siglos después.






Otros seis obeliscos egipcios se trasladaron a Roma en este contexto, en la mayoría de los casos para pasar a formar parte del Iseo. Junto al que se levanta frente al Panteón, que recibe el nombre de Macuteo, llegó de Heliópolis otro, que se denominó Matteiano y se encuentra hoy en la Villa Celimontana. También pueden visitarse los obeliscos egipcios de la Piazza del Popolo (llamado Flaminio), de 24 metros de altura; Piazza de la República (Dogali); Piazza Montecitorio (Solare), de Psamético II; Piazza Della Minerva, llamado Minerveo, del faraón saíta Apries, y el más alto de los obeliscos egipcios en Roma, el del Palacio Laterano, procedente del Templo tebano de Karnak, con 32 metros de altura.
En época romana se levantaron también cinco obeliscos más, siguiendo el modelo egipcio. Dos de ellos se situaban a la entrada del Mausoleo de Augusto[1], y hoy se encuentran en la Plaza del Quirinal y del Esquilino. Los otros tres son los de Aureliano en la Piazza de Spagna, Adriano y Domiciano.


El obelisco es pues, para egipcios y romanos, un elemento conmemorativo cargado de simbolismo y significados. En Roma, los obeliscos son tomados como modelos, llegados de aquellas tierras egipcias siempre tan mitificadas en el mundo grecorromano.  Pero los obeliscos también se encuentran en Roma con otra función, no sólo como elementos de prestigio y referente: acaban formando parte de los recintos de culto de deidades de origen egipcio, cuyo culto se introduce en el Imperio y se desarrolla en el seno de la sociedad romana.  Durante muchos siglos y antes del redescubrimiento del arte y la arquitectura egipcios por parte de Occidente  sobre todo en el siglo XIX, los obeliscos fueron el único ejemplo conocido del modelo monumental egipcio, a partir de los ejemplares traídos a Roma. Éstos y las inscripciones jeroglíficas que contienen fueron la única información acerca del mundo egipcio de la que directamente se dispuso en el Renacimiento. 


[1] Resulta sorprendente y paradójico el hecho de que Augusto, promotor de tan aguda campaña propagandística de promoción de las tradiciones romanas frente a los usos llegados desde Oriente, erija dos obeliscos a ambos lados de la entrada principal de su Mausoleo. Se inscribe a la perfección en su política de conversión de Roma en un estado al modo de monarquía helenística, con utilización de elementos de procedencia oriental. Lejos de alejarse del mundo oriental, comenzará a intervenir en Egipto, la nueva provincia imperial, con la construcción del Templo de Kalabsha. 

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