jueves, 6 de enero de 2011

Mitreo de San Clemente

La siguiente y penúltima parada en nuestra ruta comprende la visita a un recinto de culto diferente a todos los que hemos ido viendo hasta el momento. Se trata del Mitreo de San Clemente (Nº 19), un espacio destinado al culto del dios Mitra. Se ubica bajo la Basílica de San Clemente, en la vía Labicana, muy cerca del Coliseo y del Ludus Magnus.
La Basílica que hoy vemos se construyó en el siglo XII sobre otra paleocristiana del siglo IV d. C., que a su vez se levanta sobre importantes niveles romanos, en una zona casi comprendida dentro del área de la Domus Aurea de Nerón.

En el área más oriental de estas estancias, hoy subterráneas, se encuentra una posible Moneta (ceca imperial), edificio de cierto aspecto industrial, de planta cerrada y muros sólidos, datada a mediados del siglo III d. C. Al oeste, encontramos una serie de estancias, la central identificada como un Mitreo, construido a finales del siglo II- inicios del III  d. C.



Mitreo de San Clemente



Lo que sabemos del culto mitraico nos permite situar a Mitra como un dios polifacético de origen persa, relacionado con la fertilidad y con la simbología celeste. Mitra, nacido de una roca tal y como es representado en la iconografía, recibe en el mito la orden del dios Apolo, a través de un cuervo, de matar a un toro. Al hacerlo, su sangre se vierte sobre la tierra, llenándolo todo de vida y fertilidad, restableciendo el orden en el cosmos. Acuden entonces una serie de animales, que aparecen también a él asociados: un perro, una serpiente y un escorpión. La victoria de Mitra es celebrada junto a Apolo en un banquete. Mitra es entonces transportado a los cielos en el carro de Apolo. 



Escena de tauroctonía.
Museo Nazionale Romano.


Los mitreos son estancias subterráneas, de techo abovedado. En el caso de San Clemente el techo está cubierto de estrellas, alusión clara al firmamento y a la simbología cósmica, que otras veces aparecen sobre la túnica del propio Mitra, como un dios de la luz y también posible responsable del movimiento de los astros. Esta sala contaba con un nicho al fondo para la estatua del dios Mitra y un altar central con la escena de la tauroctonía, en la que el joven Mitra, portando un gorro frigio y un puñal, mata al toro, junto a otros dos personajes, Cautes y Cautopates, en los laterales del altar. Ambas figuras masculinas sostienen dos antorchas, representando según las últimas interpretaciones la salida y la caída del sol. En los muros laterales se dispusieron los bancos para los fieles.

El culto a Mitra es un tipo de culto mistérico, dotado de una serie de ritos iniciáticos que se practican en los mitreos. Las prácticas mitraicas arrancan en Roma del siglo I a. C., difundiéndose durante los siglos III y IV d. C. y popularizándose sobre todo entre los soldados romanos[1]. Su culto llega a su fin en el 391 d. C, con el decreto de Teodosio que prohibía los cultos paganos, entre los que se encontraba el mitraísmo.
Éste no es el único mitreo en Roma, existían diversos recintos similares a lo largo de la ciudad. Destacan en importancia el Mitreo Barberini, del siglo III d. C., el Mitreo del Circo Máximo y el Mitreo de Santa Prisca[2].



 
Plano de las estancias romanas bajo la basílica paleocristiana.
A la izquierda, el Mitreo con su forma rectangular.





La entrada de las “religiones orientales” de carácter mistérico en el sustrato ideológico grecorromano es un fenómeno importantísimo en la historia de la religión romana tardía y en la transición a la implantación del cristianismo en el Imperio Romano. Su implantación dentro de la sociedad romana se asocia a los requerimientos estructurales de un nuevo orden sociopolítico que se viene desarrollando, con una gran estratificación social y conflictos muy complejos.
Los tres cultos mistéricos mejor conocidos son el culto egipcio a Isis y Serapis, el frigio a Magna Mater-Cibeles y al dios Atis y por último el ofrecido al dios persa Mitra.
Se trata de cultos sincréticos no considerados en un  principio como parte integrante de la religión oficial. Tienen en común una concepción de la salvación post-mortem, que se abre a los iniciados. El conjunto de cuerpo teórico y prácticas sólo lo comparten los que han sido iniciados en los misterios y no pueden ser desvelados, pues son secretos. Esto se convierte en un mecanismo de control de los fieles. Estos cultos  evidencian una vinculación entre la naturaleza y la cosmología imaginada y justificada y el orden sociopolítico imperante. En estos cultos, el ejemplo de la experiencia divina ofrece un modelo a seguir a los iniciados en ellos. Son adaptados para poder encajar en la sociedad romana y carecen de estructura política que los haga poder considerarse grandes sistemas complejos y religiones propiamente dichas.



Mitra matando al toro.
Museos Vaticanos


Estos cultos, al comienzo de introducirse en el Imperio, permanecen al margen de la religión cívica romana, ya que aunque se comporten como parte integrada del sistema funcionan como realidades autónomas más o menos aceptadas. Con la llegada del cristianismo serán los cultos mistéricos los que más directamente se topen con él. Los cultos mistéricos a los que nos referimos y que tuvieron su espacio definido dentro del Imperio Romano presentan similitudes con el cristianismo, como culto oriental que es en su origen. Esto es así porque proceden de un sistema cultural común y proporcionan soluciones análogas ante las necesidades sociales y mentales suscitadas en algunos lugares del territorio imperial.


[1] Sólo en 60 hectáreas excavadas en Ostia se han documentado hasta 18 mitreos.
[2] www.romanoimpero.com/2010/07/i-mitrei-romani.html. Para más información e imágenes acerca de estos y otros mitreos, sobre todo los de Ostia.



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