No podíamos dejar de hacer breve mención a las intervenciones constructivas que se dieron en la Roma de Mussolini movidas por la necesidad de avalar la construcción del mito de la romanidad fascista, una utilización del pasado italiano como medio de búsqueda de referentes y legitimación ideológica, referentes que se encontraron en el esplendoroso pasado imperial romano. Es necesario citar algunas de las obras llevadas a cabo para que el visitante las reconozca sobre el terreno al pasar por sus escenarios, máxime cuando nuestra ruta recorrerá de arriba abajo la Vía de los Foros Imperiales, que fue creada por el fascismo italiano expresamente para conectar la Piazza Venezia y el “Altar de la Patria ”, monumento al rey Víctor Manuel II, con el Coliseo romano y el Arco triunfal de Constantino, y allí realizar desfiles militares.
La plasmación de la ideología fascista en las edificaciones del período es interesantísima para nuestro caso, pues bebe de la tradición arquitectónica romana, presente en Roma por doquier, y más cuando este proceso de uso intencionado y manipulación de la Historia se dio por parte del régimen fascista de Mussolini de manera tan espectacular, y deja una huella en la ciudad que el visitante interesado debe reconocer para comprender dónde está y por qué estas intervenciones se dieron en ese lugar y de esa manera.
El fascismo italiano busca una vuelta a los orígenes de la Roma antigua, enorme y poderoso imperio mediterráneo, para avalar su construcción nacionalista italiana. El elemento capaz de cohesionar a los italianos resulta ser una historia común, basada en un pasado ficticio. Este es el mito de la romanidad. Se conecta el pasado romano imperial con el fascismo, presentado como una “tercera vía” frente al capitalismo y el socialismo, un nuevo modelo de sociedad que es propiamente italiano al situar sus raíces en Roma y el clasicismo. Se busca así mover a las masas y enviar ese mensaje unánime.
En la Roma antigua podía verse desde la perspectiva fascista un referente a un régimen antidemocrático, en el que se exaltara el papel de un poderoso “emperador” y el gobierno de unas élites sobre las masas. Volver a la Roma imperial suponía también dar un salto a la Antigüedad italiana ignorando el paréntesis de la modernidad. Ello no impide al fascismo relacionarse con movimientos sociales nacidos de esa misma tradición de modernidad. Las contradicciones son inherentes a la consecución de la ideología fascista, movida por unos intereses concretos y que podían encontrarse en direcciones cambiantes. El mito de la romanidad se convertirá así en el eje de toda la propaganda fascista, y según éste, principios como el respeto a la tradición y a la patria, a la jerarquía rígida, la energía y la firmeza, la conciencia de una misión imperialista “civilizadora”… son válidos para el régimen fascista pues lo eran también en la Roma antigua, que se ha manipulado intencionadamente al servicio de unos intereses políticos e ideológicos presentistas. Esta construcción del mito de Roma sirve al fascismo para incorporar símbolos romanos, terminología política de raíces romanas… Se utiliza también la Arqueología para acercarse al pasado romano y construir la “nueva Roma”, cuyo mayor exponente será el “sventramento (“destripamiento”) di Roma”. En 1937 se celebra el bimilenario de Augusto, que como primer emperador romano se comparará al Duce, el fundador del nuevo imperio fascista.
Gran parte de las ideas que aquí se exponen sobre el mito de la romanidad en el fascismo italiano proceden de la conferencia “La antigüedad en los fascismos europeos: clasicismo y reacción”, de J. MOLINA VIDAL, dentro del curso Un pasado imaginario: la antigüedad en la cultura y la propaganda del franquismo, celebrado en julio de 2003 por la Universidad de Verano Rafael Altamira.